Hace justo un año, hoy me embarcaba en una de las mejores etapas de mi vida: mi Erasmus en Gales. Todavía recuerdo todos y cada uno de los detalles de aquel día. Mi llegada al aeropuerto de Alicante con una maleta con sobrepeso. Mi momento de reflexión sobre qué botas no me llevaba para no pagar de más…
No eran ni las 10 de la mañana del 18 de septiembre del 2011 y allí estaba yo, sentada en el suelo de la puerta C23 del aeropuerto de Alicante, vestida con botas, vaqueros largos, camiseta, sudadera y chubasquero, pese a que la temperatura rozaba los 30 grados. Mi vuelo de EasyJet duró unas dos horas y media. Y antes de que pudiese darme cuenta, ya estaba en la terminal 2 del enorme aeropuerto de Manchester, asustada, cargada con 2 maletas pesadas y sin saber cómo llegar a la estación de autobuses de la T3 (donde nos recogerían a todos los alumnos de la uni para llevarnos a la ciudad). Tras varias vueltas, acabé armándome de valor y les pregunté a unos tipejos (que resultaron ser alemanes estudiantes de la Universidad de Chester) cómo llegar a la T3. Y por suerte, un voluntario de la Universidad de Liverpool nos escuchó hablando y decidió ayudarnos. Sí, aquel día el aeropuerto de Manchester estaba lleno de estudiantes de más de 5 universidades que llegaban asustados y emocionados a su nuevo país. Y me encantó el compañerismo con el que todo funcionaba allí.
Recuerdo cada detalle de Bangor. El olor de la tierra cuando había llovido, cuando iba a llover e incluso el de cuando hacía sol. Las decenas de tonos de color verde que podías ver a diario. La niebla. La lluvia. El granizo. El viento. La nieve. Y el olor. Ese olor que parecía invadir todo tu cuerpo cada vez que salías a la calle. Es lo que más echo de menos: respirar y sentir que estoy respirando.
También echo de menos la universidad. Aquellos edificios que parecían castillos y que son lo más cerca que he estado de poder pisar Hogwarts. Echo de menos las clases y la metodología tan exigente pero efectiva. Echo de menos a mis compañeros. A mis amigos de residencia, que cada semana me sorprendían con platos, costumbres y otras excentricidades británicas. Echo de menos aprender palabrotas y expresiones “poco apropiadas”. Echo de menos ir al polideportivo, a clases de “trampoline”. Echo de menos quedar con las chicas españolas cuando necesitaba sentir que no estaba tan lejos de casa. Echo de menos la leche, los noodles, el pan, los desayunos, beber J2O y comer blueberries. Echo de menos coger el tren todas las semanas. Y ver ovejas, caballos, vacas y ciervos durante los trayectos. Echo de menos echar de menos España, el sol y la comida de verdad.
Mi etapa Erasmus me ayudó a descubrir que el Reino Unido es un país genial. Y que la mayoría de los británicos también están impregnados de ese espíritu cercano y abierto que nos caracteriza a los “latinos”. Pero la Erasmus ha sido para mí mucho más que una simple estancia en un país extranjero. Ha hecho que me enamore de aquel sitio y que sienta que Bangor, Gales y el Reino Unido ya forman parte de mí. Y que necesite hacer las maletas y volver a aquel lugar lo antes posible. Y respirar…